martes, 30 de julio de 2013

Dos por semana.




A veces confundo la luna,
 con el piloto de atrás,
ir al trabajo,
 con el placer de pedalear,
recién levantarme,
 con empezar a soñar,
deporte y medallas,
 con esfuerzo sin más,
el rugir de los coches,
 con un recuerdo a azahar,
el sol que gatea,
con una naranja fácil de pelar.



Recuerda..... dos veces por semana y no más. Demasiado placer dicen,.... puede ser perjudicial.


viernes, 5 de julio de 2013

Lecciones ocultas.



Nació diferente. Un leve retraso intelectual con alteración psicomotriz le convirtió a medida que crecía en el tonto del pueblo. No tuvo elección, ni educación, ayudar a sus padres desde bien pequeño con los animales y tratar de buscar a ratos la compañía de otros chiquillos con quien jugar pese a las bromas y burlas que todos le hacían.


Se hizo mayor, su mente anclada en la infancia, teniendo cada vez más complicado encontrar los niños con los que jugar al escondite o a toros embolados. Los que había conocido años atrás, se habían convertido en personas adultas que ya no podían perder el tiempo con él.


Un día, alguien le debió de comprar un cuadernillo de caligrafía para aprender a escribir. Lo mostraba orgulloso por el pueblo para que todo el mundo viera lo bien que hacía la letra. Otro día, venía con unas hojas de sumas y restas, buscando quien se las corrigiera, con la ilusión de escuchar del eventual examinador una calificación de un 10, un 12 o un 20, que le hubiera hecho mucho más feliz.


Años más tarde, ya con signos de calvicie y canas en su pelo, todavía se le puede ver pasear por el pueblo con cuadernillos bajo el brazo, en busca de vecinos a los que mostrar sus avances y progresos en la única educación que estaba recibiendo en su vida gracias a su ilusión y su esfuerzo.


Esa misma ilusión que muestra en seguir estudiando cada día, en poder terminar a su manera un nuevo ejercicio, en aprender a realizar una suma más complicada, o leer un cuento más completo, es la misma ilusión que la mayoría de personas “normales” carecemos.


¿En qué momento perdemos el instinto innato de aprender cosas nuevas, creyendo que ya hemos estudiado o experimentado suficiente y que no necesitamos seguir ejercitando una parte del cerebro?


¿En qué momento conectamos la velocidad de crucero, nos acomodamos en un trabajo y nos dejamos llevar por la corriente del mínimo esfuerzo, la ausencia de dudas, la verdad del telediario?

El conocimiento como negocio, pagar por un diploma, una máster, un doctorado, como medallas conseguidas por participar en una carrera a través de selvas, montes y playas sin haber llegado realmente a disfrutar de ella. El conocimiento sólo si es para obtener un objetivo, una vez conseguido, abandonado como el  polvo de tantos y tantos libros.


Cada vez que lo veo, ya no me hace sentir pena, ni lástima, sino todo lo contrario. El brillo de sus ojos me recuerda que no puedo abandonarme, que debo seguir buscando entre mi escaso tiempo unos minutos cada día para conocer una nueva teoría, respetar una nueva religión, aprender un nuevo idioma, entender otra cultura, acumular muchas más dudas que compartir con mi pareja, guardar por tanta locura un minuto de silencio, recordar viejos teoremas que repasar con mis hijas, recuperar aquello que un día fue nuestro y mío y que me hace sentir que sigo estando vivo.