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Un amigo me comentaba que hoy en día la mayoría de cosas y actos que nos envuelven llevan consigo adosados una letra pequeña.
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La letra pequeña de los alimentos envasados,
la letra pequeña de los grandes descuentos,
la letra pequeña de los contratos,
la letra pequeña de los impuestos,
la de los medicamentos,
la letra pequeña del bien asegurado,
la letra pequeña de a una boda ser invitado,
la de la mujer que enviuda en un pequeño pueblo,
la de los recién casados,
la letra pequeña de las promesas,
la de los años sin amor pasados,
la letra pequeña de los televisores,
la de los jefes de Estado.
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¿Hubo un tiempo en el que no existió la letra pequeña de las cosas?
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Las cosas debieron ser justamente lo que parecían, grandes, feas, peligrosas, tiernas, pequeñas, misteriosas, hermosas, delicadas, inalcanzables, ... y todas ellas llevaban letras grandes colgadas de su panza que las identificaban.
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Cada vez cuesta más trabajo encontrar y rodearse de cosas sin letra pequeña.
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Tal vez...
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... un anhelado abrazo que funde dos polos con tibieza,
la sonrisa de un niño sujeto a su merienda,
la ola de la mar que de lejos llega y se queda,
una limpia mirada que evapora impurezas,
un aljibe de campo y agua de lluvia fresca,
una lengua que besa y relame asperezas,
un minuto de silencio sin palabras groseras,
una lluvia de plata que el granito martillea,
un asta de luna que ensarta estrellas quietas,
un lecho de amor y delicadezas.
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