Cada mañana asisto perplejo,
a un silencioso parto de vida,
cantos de aves le dan la bienvenida,
gallos ocultos muestran su contento.
Y surge a mi espalda un lago de espejos
de frente, el coloso sus sombras disipa,
huertos regados con agua bendita,
jazmines y acequias de bellos reflejos
Pedaleo bajo el naranja del cielo,
llevado por una brisa que hechiza,
y envuelve a la recién nacida,
como a pan crujiente relleno de fresco.
Y llego al trabajo, dichoso y despierto,
otros luego lo hacen, vestidos de prisa,
ignorando el milagroso suceso,
y al tesoro que ya descuidan y olvidan,
y recelan... ¿cómo puedo yo llevar puesto
el aroma de un día recién hecho?.
Conocer un parto, un nuevo llanto de vida, no se aprende de los libros, ni de la televisión, ni encerrado en un lujoso espacio climatizado. Sólo es posible hacerlo viviendo el gradual “in crescendo” lumínico, cruzando el rocío de la mañana, tratando de captar palabras del idioma de las aves, recorriendo el sonido del agua justo antes de ser tragada por tropas de naranjos custodios de una tradición tan repetida e ignorada como maravillosa.
vestidos de prisa .........
ResponderEliminarTus versos son gotas de mercurio en una de las heridas más graves de nuestra sociedad y digo veneno porque todo está preparado para que la felicidad, alegría e ilusión sean un productos mercantiles (vamos que para ser feliz te tengas que gastar €). Es tal la adicción a la prisa y al consumo que nos hemos creado que su ausencia produciría un síndrome de abstinecia global de efectos impredecibles (... o ahora que lo pienso no estará pasando ya).
La última estrofa del poema es sencillamente genial.