sábado, 8 de diciembre de 2012
La teletienda.
Que nadie me obligue
a vestir sentimientos,
de púrpuras patrias,
y retales al viento,
que nadie los manche
ni les saque provecho,
que la letra no entra,
ni con sangre ni fuego.
Crecí en barrio de inmigrantes,
educado entre dos lenguas,
las cuales cambiaba en segundos,
según de mi oyente fuera,
en el sur aprendí sevillanas,
y a beber tanques de cerveza,
en el este a bañarme en la mar,
y a vivir con las botas puestas,
con los libros viajé en primera,
y conocí remotas creencias,
pero hay una cosa que sí les reprocho,
a los que legislan y enseñan,
y es no haberme instruido,
ni siquiera advertido de la riqueza,
que se extiende en el norte,
y oeste de mis tierras,
jamás conocí la lengua gallega,
ni supe una palabra de euskera,
pues siendo todo el mismo país,
nación o pedazo de estera,
dime un placer que supere,
a saber pedirte unos pinxos,
con la sonoridad de su lengua materna.
Que nadie me venda,
sentimientos de teletienda,
los míos los llevo puestos,
moldeados en la infancia,
personales, intransferibles,
plenos de convivencia,
que no me los mezclen,
ni los amasen, ni los inviertan,
o acaso crees en la existencia,
de dos almas gemelas?.
La cultura, como la lengua,
son simple y llana riqueza,
que sólo necesitan leyes,
para convertirlas en piedras,
y arrojarlas contra un pueblo
atrincherado en su cojera,
manso de rabia,
tuerto de ideas,
con un solo habla,
de la que presume y tartamudea.
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