viernes, 2 de julio de 2010

Un pedazo de inmensidad.






Volví a correr los acantilados de Fornells.

Tres años después, conseguía repetir una de las experiencias más gratificantes e impactantes que he vivido.
Sentir mi aliento, arriba en las peñas cómo se abraza de nuevo, tembloroso, a la brisa de un azul tan enorme y limpio que los ojos necesitan tiempo para acostumbrarse a tanta libertad ofrecida.

Mis pies son golpeados por cuchillos hostiles que tratan de hacerme desistir de avanzar hacia una inmensidad desconocida.

Comprendí el sentir de unas solitarias piedras, ignoradas por el paso de los siglos, despreciadas por distintas civilizaciones, maltratadas por tempestades, cocidas en sal por soles implacables y afiladas de noche por cinceles de hielo. Unas piedras olvidadas, que reaccionan agresivamente ante un intruso de carne débil, que trata de descubrir sin permiso, los secretos tan celosamente guardados entre los pliegues de sus selladas páginas.


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