viernes, 25 de febrero de 2011

La semilla que no sabía.


.
.
Nací para ser roble y no lo sabía,
acunado por una gran ciudad,
alimentado de asfalto y frialdad,
como semilla pisada, me endurecía.
.
Una luna de humo languidecía,
rogando al viento por limpiar,
un cielo gris que muy a su pesar,
de tristeza todo lo envolvía.
.
Los días iguales discurrían,
las prisas cegaban mi pensar,
ver las estrellas con claridad,
y mi destino, que arrullado yacía.
.
Un día tropecé, cayendo en tierra movida,
por brazos sabios y diestros en arar,
que con paciencia, ternura y tenacidad,
la piel de mi corazón enternecían.
.
Su sonrisa, la tormenta extinguía,
su amor me ayudó a enraizar,
la luz de sus ojos me hizo brotar,
y sus besos, tibia lluvia vertían.
.
En poderoso roble me convertía
feliz de dar cobijo y refrescar,
dichoso por hacer realidad,
lo que la semilla guardaba y no sabía.
.
.
¿Cuántas semillas perecerán en el camino, sin hallar las condiciones necesarias que las hagan germinar?

lunes, 21 de febrero de 2011

Dejar huella.



Anteponer el tener al ser, nos obliga a competir, luchar por conseguir algo material, adquirir lo que nos dicen ser necesario, acaparar para lucrarse de éllo, fingir, aparentar y mentir en caso de no conseguirlo.

Mientras el ser se vacía, el tener va dejando marcas a nuestro alrededor.

Me pregunto si mis huellas serán como las dejadas en el hormigón fresco.

Ultimamente me preocupa,

que mis pisadas no las borre una ola de mar,
que mis palabras sean tan firmes que el viento no las pueda llevar,
que mis consejos los lacren en sobres notarios de la posteridad,
que mis caricias separen la hierba de la tierra, como al infante de su mamá,
que mis besos no sean sinceros y se hundan en un barrizal,
que mis silencios no superen la danza del fuego en su crepitar,
que mi sombra sea tan larga que no deje sol para los demás,
que mis sueños sean solo burdos ronquidos sin atemperar,
que los colores de mi alma sean los grises de mi ciudad,
que las cenizas de mis huesos no sirvan para abonar,
que mis dudas, alegrías y penas no se puedan soterrar
para que otros sobre éllas, puedan danzar y bailar.




Quizás, los caminos por donde andamos no sean tan firmes como parecen.

lunes, 14 de febrero de 2011

Inocencia florecida.



La inocencia florecida,
el frágil despertar de las emociones,
que brotan de una tierra antigua,
impulsadas por una savia que con furia,
revienta esquejes, arterias y venas
ansiando salir de un cuerpo que apresa,
asomarse a sentir la suave brisa,
dejar que el sol dore sus dudas,
responder con fragancias a la primera caricia,
y sentir el golpeteo de la lluvia,
el calor del mediodía, el guiño de la luna,
y la callada trampa de la escarcha furtiva,
que agazapada se extiende afilada,
y lanza su zarpazo sobre la tierna vida,
que primero duele y escuece,
y al año cicatriza y se olvida.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Acerca de la felicidad I

.
Cierto mercader envió a su hijo al más sabio de todos los hombres para aprender el secreto de la felicidad. El muchacho anduvo muchos días por el desierto, hasta llego a un castillo, que se encontraba en los altos de una montaña. El sabio que el muchacho buscaba vivía allí. Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas que conversaban por los rincones, una pequeña orquesta tocando suaves melodías y había una mesa cubierta con los platos más deliciosos de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos y el muchacho tuvo que esperar dos horas para ser atendido. El sabio escuchó el motivo de la visita del muchacho y le dijo que en es momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le sugirió que se diera un paseo por su palacio y volviera después de dos horas. "Quiero pedirte un favor" dijo el sabio, entregando al muchacho una cucharilla en la que dejó caer dos gotas de aceite. "Mientras vas caminando, lleva esta cucharilla sin permitir que se derrame el aceite". El muchacho comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio, manteniendo siempre los ojos fijos en la cucharilla. Cuando pasaron las dos horas, regreso con el sabio. Entonces preguntó el sabio:
"Has visto las tapicerías de Persia que hay en mi comedor?" "Viste el jardín que el maestro de jardineros se tardó cien años para plantar?" "Te diste cuenta de los bellos pergaminos de mi biblioteca?" El muchacho, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación era no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado. - Vuelve, pues, y conoce las maravillas de mi mundo, dijo el Sabio. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa. Ya más tranquilo, el muchacho cogió la cucharita y volvió a pasear por el palacio, fijándose esta vez en todas las obras de arte que pendían del techo y de las paredes. Vio los jardines, las montañas en derredor, la delicadeza de las flores, la exquisitez con que cada obra de arte estaba colocada en su sitio. Al regresar al lado del Sabio, relató con pormenores todo lo que había visto. - Pero, ¿dónde están las dos gotas de aceite que te confié? preguntó el Sabio. Mirando hacia la cucharilla, el muchacho se dio cuenta de que las había derramado. "Pues ése es el único consejo que te puedo dar" El más sabio de los sabios le dijo al muchacho, este es el único consejo que te puedo dar.
"El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo sin olvidarte nunca de
las dos gotas de aceite de la cucharita".
.
.
El bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás.
Aldous Huxley
.
El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace.
Leon Tolstoi