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Nací para ser roble y no lo sabía,
acunado por una gran ciudad,
alimentado de asfalto y frialdad,
como semilla pisada, me endurecía.
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Una luna de humo languidecía,
rogando al viento por limpiar,
un cielo gris que muy a su pesar,
de tristeza todo lo envolvía.
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Los días iguales discurrían,
las prisas cegaban mi pensar,
ver las estrellas con claridad,
y mi destino, que arrullado yacía.
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Un día tropecé, cayendo en tierra movida,
por brazos sabios y diestros en arar,
que con paciencia, ternura y tenacidad,
la piel de mi corazón enternecían.
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Su sonrisa, la tormenta extinguía,
su amor me ayudó a enraizar,
la luz de sus ojos me hizo brotar,
y sus besos, tibia lluvia vertían.
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En poderoso roble me convertía
feliz de dar cobijo y refrescar,
dichoso por hacer realidad,
lo que la semilla guardaba y no sabía.
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¿Cuántas semillas perecerán en el camino, sin hallar las condiciones necesarias que las hagan germinar?
Menudos piropos para la del banco.
ResponderEliminarLos carballos de la foto me suenan.
Un abrazo para todos.