La inocencia florecida,
el frágil despertar de las emociones,
que brotan de una tierra antigua,
impulsadas por una savia que con furia,
revienta esquejes, arterias y venas
ansiando salir de un cuerpo que apresa,
asomarse a sentir la suave brisa,
dejar que el sol dore sus dudas,
responder con fragancias a la primera caricia,
y sentir el golpeteo de la lluvia,
el calor del mediodía, el guiño de la luna,
y la callada trampa de la escarcha furtiva,
que agazapada se extiende afilada,
y lanza su zarpazo sobre la tierna vida,
que primero duele y escuece,
y al año cicatriza y se olvida.
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