Vive en mi barrio un pirata sin fama,
sin parche ni garfio ni sabido nombre,
que vertió su alma envejecida en roble,
en la cálida copa de una bella dama.
Cambió su destino libre e indomable,
de rendir cuentas al furioso viento,
de ser protagonista de los cuentos,
por un trabajo honrado y estable.
Corsario curtido en mil tempestades,
se asoma a la borda de su ventana,
siente la brisa que la luna le manda,
como lejanas caricias tropicales,
De noche a sus hijos les cuenta en la cama,
acerca de duelos y de cicatrices,
navíos en llamas y ballenas felices,
que a la deriva flotan del alba.
Los viernes calza botines y espada,
y sigue los cantos de dulces sirenas,
que de abajo llegan, de la taberna,
donde otros marinos beben cervezas,
y hablan de asaltos a barcos fantasmas,
monstruos que atacan con varias cabezas,
y ocultan tesoros allá en los confines,
entre bosques de algas y alegres delfines,
perdidos por sendas de agua salada.
Y fuma un poco del polvo de estrellas,
que ayuda a soñar y no le mata,
feliz regresa a su hogar, el bucanero,
por doblar con amigos el Cabo de Gata,
y yacer a la vez en la playa más bella.