Me abriste la puerta,
del valle de tus ojos,
mientras dormías,
lo hiciste de noche, con calma,
no había estrellas, ni pesadillas,
sólo hierba en tu almohada,
rocío sobre tu piel ahumada,
mariposas por tus mejillas,
dibujando calladas palabras.
Y amanecí por tus prados,
resbalando entre sábanas,
con los labios abrazados,
y los corazones mojados,
en mil arroyos de pasión,
nacidos de frías gotas,
de tormentas de dolor,
zigzagueantes deseos,
mordidos con eléctrico amor.
Me untaste sin preguntar,
todos los verdes de tus ojos,
y dejé de temblar, de buscar,
ungüentos en profundos pozos,
cálidas brisas capaces se sanar,
mis húmedos huesos sin voluntad,
y cosí mi herida de sollozos,
con la luz de tu despertar,
en la mesita, un cesto de versos,
olía a fresca eternidad,
y fue el don de tus sonrisas,
quien mecía mis sentimientos,
licenciado en extirpar,
cirujano de sombras y prisas,
floristas de caricias sin pagar.
Fotografía tomada desde una calle de Taramundi, precioso pueblo asturiano.
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