27 de marzo, un ángel dormía en Riumar.
Entre nubes y en patín de fuego,
fiando tu suerte a la del gran río,
apenado, dejas tu caserío
y a tu familia, con un hasta luego.
Corazón y piernas dejando huellas,
bebes de limpias y alegres fuentes
del camino, luego, de noche duermes,
cubierto en manto bordado de estrellas.
Anocheces en mar dulcesalda,
soñando en estuario de mil reflejos,
mochila y destino, siempre contigo.
Seis días de esfuerzo y como si nada,
llegas al barrio, desde muy lejos,
me preguntas si quiero ser tu amigo.
Tu alma de aventuras plateada,
tus ojos brillantes como espejos,
buscan a tu esfuerzo, un testigo.
Unas verdes…y añoras tu morada,
nos dejas ilusión, cariño y reflejos,
de retos aún, por compartir contigo.
.
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Ahora hace un año que nos visitó un ángel.De los de verdad, de los que regalan sentimientos.
No traía alas, sólo patinaba.
No bajó del cielo, mas sí de cumbres nubladas.
Nada predicaba, todo lo escuchaba.
Nada pretendía, sólo compartir unas cervezas heladas.
Nada ostentaba, sólo su sencillez lo acompañaba.
Nada consigo llevaba y sin avisar, de pura libertad nos llenaba.
Suso, cuando llegaste al barrio y nos levantastes de nuestros cómodos sillones, nos diste una lección de humildad y sencillez que jamás olvidaremos.
Con muy poquitas cosas y mucha ilusión, uno pesa menos, se siente mucho más libre y feliz.
¡Cómo pasa el tiempo!
ResponderEliminarEl otro día compartí con Samuel 2 días en bicicleta. No lo conocía de nada. Lo fui a esperar a cerca de Piedrafita.
Llegamos de noche a casa. Al entrar, la chimenea estaba encendida y la tortilla de patatas tenía ya una cara dorada.
Se duchó, se cambió, cenó, descansó... y, mientras él dormía, yo no pegaba ojo porque al día siguiente, de madrugada, continuaríamos viajando los dos juntos, aunque solamente fuera como mucho un par de días.
Espero que algún día tú y tu familia también subáis el pequeño repecho del pasillo que conduce a mi casa.
Así lo imagino un día de primavera: vosotros, los adultos, mirando para todas partes, abrumados por este verde tan intenso; las niñas, gritando, jugando y preguntando mientras suben; yo, desde arriba, con la puerta ya abierta, emocionado segundos antes de que mi piel roce la vuestra.
Me olvidaba de una cosa importante. Después de cenar con Samuel en Santiago de Compostela, hace unos días, ya de noche, comprendí la libertad que nos puede dar la sencillez y la austeridad. Mientras él jugaba unos minutos con el GPS buscando cómo llegar a A Coruña el día siguiente, yo desplegué el cubretechos, el saco y la esterilla, todo directamente sobre el campo, sin otro plástico. Cuando el llegó al albergue,seguro que yo ya dormía en mi saco, mecido por la deliciosa música que tocaba el viento con las acículas de unos abetos.
ResponderEliminarEra feliz aunque mi cama no tuviera colchón, mantas ni patas. Tampoco había mesitas a los lados. Mis escasas pertenencias cabían todas dentro del nido-casco.
Era feliz jústamente porque no necesitaba ni echaba de menos un montón de objetos y cosas.
Tengo que reconocer que me alegré mucho al ver llegar a una persona tan sencilla y humilde. hasta la cerveza que me tomé a su llegada me pareció especial. Estos recuerdos son los que se encuentran en ese rinconcito de la memoria que perduran.
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