De madrugada, camino del trabajo, paso junto a un circo que ha acampado en un terreno donde no suele haber nada más que matorrales y bolsas de plástico quemadas por el sol. Sus tiendas, redes, cercados, jaulas, allí duermen en silencio, ocupando una llanura parcelada, bajo una luna inmensa que resbala sobre sus lonas. De repente, un olor a paja sucia, de animales que intuyo y no distingo, me transporta a un tiempo en que soy un niño, libre de compromisos, protegido por mis padres, preocupado sólo de jugar al fútbol y quedar con mis amigos.
Y sigo pedaleando, como cuando era un crío, atravieso la noche, ahora con cuarenta y pico, imagino payasos y tigres que sueñan junto a mi bici, hace tiempo me extirparon el miedo a lo conocido, comienza la función, se alza el telón, alumbra mi pequeño faro, un domador extrae intacta su cabeza de las fauces del león, siento en mis ruedas serenidad y equilibrio, el público responde con una gran ovación, engrano otra marcha, una carpa de ilusión bajo un firmamento de cautivos, y el frescor de la noche, que no consigue apresar de mi rostro una sonrisa, que fugaz vuela y huye, sin destino, tal vez por sentirme un instante como un rey despierto entre los vivos.
La vida es adentro de uno, lo de afuera es convivencia y comunicación con otros mundos internos. Bien con soñar que no es más que el deseo de expresar una realidad propia, privada a lo externo.
ResponderEliminarUna realidad creativa distinta, con certeza, la única que se ocupa exclusivamente de uno mismo.
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