Como muchos de vosotros sabéis, me gusta subir en patinete.
Cuanto monto sobre sus graciosas curvas, es como asomarme a una gran ventana del pensamiento, donde poder alejarme un momento del ruido a contemplar el discurrir de la vida. Su aparentemente frágil fisonomía, no le impide atravesar por estrechos senderos de montaña, subir empinadas cuestas, descender por caminos rotos de piedras. Todo ello, en completo silencio, con el máximo respeto a la naturaleza y mucho esfuerzo. El hecho de ir de pie, no sentado, permite ese punto extra de relajación a la hora de disfrutar de los paisajes por donde paso, que no me ofrece la bicicleta.
Cuando voy con él por ciudad, son las personas mayores y los niños quienes más se fijan, y a los que más sonrisas provoca. Los ancianos son los más atrevidos, los que incluso me paran, me preguntan, sin ninguna vergüenza, pues es tontería tenerla cuando uno ve que se le escapa la vida, tal vez les recuerde a aquel juguete que tuvieron en la infancia, de madera y trapo, pintado con ceras, sin baterías, ni luces, ni cables que lo muevan, que tan solo funcionaba con imaginación, esfuerzo, sonidos de la boca y la colaboración de otros amigos para inventar con él nuevas aventuras.
Una de las cosas que enseña el patinete es a apreciar el esfuerzo individual, como un tesoro que nadie te podrá arrebatar jamás. Pese a los muchos, continuos y alabados cantos de sirena de nuestra sociedad enfocados a que todo sea más cómodo, automático, climatizado, fácil, rápido, barato, sencillo (hasta que se estropea), el patinete se alza como una metáfora tan simple y pacífica como inexpugnable, ante el reiterado bombardeo de aviones del bienestar que tan solo pilotamos unos pocos y que seguramente terminarán abocándonos a un colapso de recursos y desigualdades.
Esos ratos que comparto con el patinete, son los que permiten que ideas, pensamientos, palabras bellas, fluyan a mi cabeza como si llegaran a una gran ciudad tras un largo puente a través miles de ensanchadas autopistas por pulsaciones y jadeos. Un poeta de barrio no necesita poner su alma ebria para tratar de bajar al subsuelo y recoger del hollín, los versos más negros y bellos que jamás vieron la luz de un libro. Para colocar cuatro frases y dos verbos sueltos, me basta con un poco de silencio, aire limpio, mi sudor, esfuerzo y un trozo de cielo.
Dicen que una de las causas de nuestra infelicidad como individuos de la sociedad que nos ha tocado vivir, es la imposibilidad de conseguir todo lo que nos gustaría tener, pero no nos damos cuenta que el primer paso hacia la felicidad pasa por utilizar la preciosa y oculta libertad que todos llevamos dentro, que supone armarse de valor y negarse a hacer muchas de las cosas que no desearíamos hacer. En el peor de los casos, el precio que habríamos de pagar sería el de nuestras propias vidas, pero aún así, seguiríamos siendo libres y habríamos vivido con más dignidad y algo más felices.
Cuanto monto sobre sus graciosas curvas, es como asomarme a una gran ventana del pensamiento, donde poder alejarme un momento del ruido a contemplar el discurrir de la vida. Su aparentemente frágil fisonomía, no le impide atravesar por estrechos senderos de montaña, subir empinadas cuestas, descender por caminos rotos de piedras. Todo ello, en completo silencio, con el máximo respeto a la naturaleza y mucho esfuerzo. El hecho de ir de pie, no sentado, permite ese punto extra de relajación a la hora de disfrutar de los paisajes por donde paso, que no me ofrece la bicicleta.
Cuando voy con él por ciudad, son las personas mayores y los niños quienes más se fijan, y a los que más sonrisas provoca. Los ancianos son los más atrevidos, los que incluso me paran, me preguntan, sin ninguna vergüenza, pues es tontería tenerla cuando uno ve que se le escapa la vida, tal vez les recuerde a aquel juguete que tuvieron en la infancia, de madera y trapo, pintado con ceras, sin baterías, ni luces, ni cables que lo muevan, que tan solo funcionaba con imaginación, esfuerzo, sonidos de la boca y la colaboración de otros amigos para inventar con él nuevas aventuras.
Una de las cosas que enseña el patinete es a apreciar el esfuerzo individual, como un tesoro que nadie te podrá arrebatar jamás. Pese a los muchos, continuos y alabados cantos de sirena de nuestra sociedad enfocados a que todo sea más cómodo, automático, climatizado, fácil, rápido, barato, sencillo (hasta que se estropea), el patinete se alza como una metáfora tan simple y pacífica como inexpugnable, ante el reiterado bombardeo de aviones del bienestar que tan solo pilotamos unos pocos y que seguramente terminarán abocándonos a un colapso de recursos y desigualdades.
Esos ratos que comparto con el patinete, son los que permiten que ideas, pensamientos, palabras bellas, fluyan a mi cabeza como si llegaran a una gran ciudad tras un largo puente a través miles de ensanchadas autopistas por pulsaciones y jadeos. Un poeta de barrio no necesita poner su alma ebria para tratar de bajar al subsuelo y recoger del hollín, los versos más negros y bellos que jamás vieron la luz de un libro. Para colocar cuatro frases y dos verbos sueltos, me basta con un poco de silencio, aire limpio, mi sudor, esfuerzo y un trozo de cielo.
Dicen que una de las causas de nuestra infelicidad como individuos de la sociedad que nos ha tocado vivir, es la imposibilidad de conseguir todo lo que nos gustaría tener, pero no nos damos cuenta que el primer paso hacia la felicidad pasa por utilizar la preciosa y oculta libertad que todos llevamos dentro, que supone armarse de valor y negarse a hacer muchas de las cosas que no desearíamos hacer. En el peor de los casos, el precio que habríamos de pagar sería el de nuestras propias vidas, pero aún así, seguiríamos siendo libres y habríamos vivido con más dignidad y algo más felices.
Buff, qué entrada... Me encanta leerte, poeta de barrio. A pesar de que lo uso, y mucho, soy de las que despotrican contra internet por lo que tiene de herramienta de control y manipulación de masas, pero no puedo negar todo lo que nos da (siempre digo que los que dominan de verdad el mundo tienen que estar encantados dejándonos "jugar" con todo esto, cuanto más mejor, para tenernos más en sus manos con toda la información que les damos sobre nosotros mismos) y todo lo que nos permite alcanzar, entre otras cosas, el contacto con gente como tú, a la que difícilmente conoceré si no es por aquí y a la que me alegro de conocer. Suscribo todo lo que dices, y pienso que en lo que dices está la verdadera revolución, la que puede hacer que esto cambie de verdad, en la dignidad y libertad individual.
ResponderEliminarUn abrazo.
Inma, internet es bueno, como todo, en su justa medida, por eso no permito que se apodere del resto de placeres que me ofrece la vida. Gracias a él, conocí el patinete, me lo trajo un gallego, ahora amigo mío, que me dijo por Internet que era posible venir de Galicia a mi barrio, por compartir una cervezas, con un trasto tan simple como sencillo. Pero de él aprendí un secreto que llevaba guardado, le costó llegar 5 días y cuatro noches, de mucha ilusión, pero mucho más esfuerzo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, me alegra mucho compartir ideas con otras personas, además, me permitirá en el futuro responder, si alguien me pregunta a qué me dedico, que soy poeta de barrio, pero que de momento, trabajo en una fábrica por eso de ganar algo de dinero.
:-)
Un abrazo.
APLAUSOS, valernos por nosotros mismos para fortalecer la personalidad, para tener GANAS de amanecer con un motivo SIN ataduras, siendo Responsables de los riesgos y el RESPETO hacia uno y hacia terceros, que conlleva ELEGIR Hacerse LIBRE y dar USO y prioridad al templo que DIOS nos ha confiado: NUESTRO CUERPO, el animalito a quien debemos cuidar con devoción.
ResponderEliminarhttp://enfugayremolino.blogspot.com/
Feliz año Laura, lleno de ilusión en evitar, otro más, que nos roben el esfuerzo.
ResponderEliminarUn abrazo.