jueves, 17 de mayo de 2012
Mar y montaña
… y todavía flotaba entre la hierba los recuerdos de aquel intenso aroma a sexo que la diosa cuando entraba en celo expandía con lasciva fiereza, codiciando alguna nueva presa, más allá del típico curtido grumete de piel yodada, preferiblemente, algún iluso aprendiz a poeta, o un exiliado del calendario que utilizara la cerveza, como alegre cura de la excesiva temperatura ejercida por el sol sobre su sangre espesa, o mejor, si ser pudiera, algún despistado ciclista que por allí pasara con su cámara de fotos apuntando al seductor oleaje, pedaleando el peligroso filo de ocultas intenciones de ser revolcado por los turbios fondos de arena, amarrado a un lecho de algas, empujado contra las rocas hasta ser poseído miles de veces por una fuerza, que similar a la de las corrientes que pastorean enormes bancos de peces hacia otros continentes, le extrajeran la esencia de aquel sentimiento tan humano como extraño, de prender en el fondo del mar cálidas hogueras, para finalmente posarlo inerte tras la engañosa quimera, exhausto, a la deriva, sobre una silenciosa mañana que llora el baldío beso que hubiera insuflado brillo sobre sus ojos color brea.
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