Me gusta ir en bicicleta, andar oculto entre bosques, descender en patinete veredas, como quien en seco surfea, hasta dejarme frenar por la arena blanca de cualquier playa desierta. Pero la actividad que más me place realizar con diferencia, siempre con permiso de mis músculos y de mis piernas, es trotar los montes, conectar remotas sendas. Suelo hacerlo al amanecer, cuando el sol a mis pies se avasalla y despierta, posibilitando que por un breve instante mi sombra, en parte de mi alma se convierta y se entregue al romero y a pequeñas palmas de las cunetas, como quien restriega y purga de la ciudad, todas sus impurezas, dejando en su piel un perfume a intensa naturaleza.
Alcanzar ese mágico momento, donde el corazón toma las riendas, del cerrado circuito que rítmicamente encadena, pulmones, tendones, neuronas y venas, enviando la sangre donde se la necesita, dejando volar la mente con sus ideas, a cambio de una estela de sudor y desnudas huellas, sobre piedras que antaño mis antepasados pisaron con sus carretas, ...para muchos es sólo un deporte, una forma de estar en forma, bajar minutos y posición en la carrera, como cualquier otra ciencia, ...para otros, cada nuevo latido que no cesa, cada brizna de hierba en las piernas, cada bocanada de aire que las copas liberan, cada viejo refugio derruido por la tormenta, es tiempo detenido que merece la pena, es un premio al esfuerzo, milagrosa experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario