Jamás rendirán el ardiente,
brillo que anida a su salvo,
en pecho de gente valiente,
que beben la vida a tragos,
procurando dejar suficiente,
para aquellos que sigan sus pasos.
Y en madrugadas silentes,
vigilan la luna en ocaso,
dejando un beso en la frente,
mientras se alejan descalzos,
del lecho que sigue caliente,
y aún les ofrece sus brazos.
Bellos poetas durmientes,
que llevan a cabo un trabajo,
no buscan las letras ni quieren,
tan solo rimar con sus pasos,
las piedras y flores silvestres,
pintadas de nieves de mayo.