Me alimento del silencio,
que rechaza la marea,
del cual se rumorea,
no servir en la ciudad.
Me acaricio con el viento,
que despierto tararea,
abre tu alma y saborea,
la más pura libertad.
Con el brillo me sorprendo,
que se alienta y pavonea,
ser el único albacea,
del rocío matinal.
En mis propias carnes siento,
que los bosques colorean,
la sangre que me hormiguea,
sin poderlo remediar.
Y te digo que no miento,
cuando mis manos rastrean,
y mis piernas deletrean,
sendas sin domesticar.
y me alegro de ir subiendo,
con mi esfuerzo que jadea,
alejándome del centro,
y su cruel comodidad,
donde la pereza culebrea,
y las normas son un cuento,
que a hurtadillas boicotean,
la ley de la gravedad.
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