lunes, 11 de julio de 2011

La montaña.




Incluso sin ser alta, ni famosa, ni agraciada,
solterona firme, ingrata y algo dejada,
como una fábrica abandonada de sueños,
de piedras silenciosas y nubes bajas,
la veo de lejos, desde mi ventana,
que callada guarda sus enseñanzas,
sus misterios, como el padre tierno y severo,
que con una mano llaga mis ligerezas,
con la otra, me acarician sus laderas.
De sus cimas y umbrías aprendo,
el deshielo de indómitos versos,
que fríos, gotean entre helechos,
tras recorrer pantanos, tierras yermas,
bancales de esfuerzo, ramblas secas,
y regar los naranjos por las acequias,
para luego ser tallados y metrificados,
en las cálidas playas de los poetas.
Y no es alta, ni conocida, ni bella,
mas tolera mis pensamientos y mis huellas,
y recibe mi sudor sediento,
y escucha mi corazón latiendo,
que sin prisa vence las distancias,
y tan solo llora, su escaso tiempo.




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