viernes, 12 de marzo de 2010

El barquero



“Junto a este río deseo quedarme -pensó Siddharta-. Es el mismo por el que un amable barquero me condujo al camino de los humanos, de los niños. Me dirigiré a su vivienda. Desde su choza me encaminó entonces hacia una nueva vida, que ahora ya está vieja y muerta. ¡Que mi nuevo camino también empiece desde allí.
Observaba la corriente con cariño, su verde transparencia, sus ondas cristalinas, con dibujos llenos de misterio. Contempló las perlas claras que subían desde el fondo, las burbujas que flotaban en la superficie, el espejo del azul del cielo. El río también le miraba con sus mil ojos, verdes, blancos, ambarinos, celestes. ¡Cuánto amaba aquella corriente! ¡Cuántas cosas le agradecía! Desde el interior de su corazón escuchaba la voz que despertaba de nuevo y le decía:
¡Ama a este río! ¡Quédate con él! ¡Aprende de él!“


Fracmento del libro Siddharta de Hermann Hesse.



Aquel barquero era Vasudeva. Vivió toda su vida junto a aquel río. Aprendió a escuchar lo mucho que le susurraban aquellas aguas. El río le hablaba con su discurrir. Aquél, contenía todos los misterios y secretos de la humanidad. No hacía falta salir en su busca. Bastaba con quedarse allí, escuchando al río y a toda la gente a la que ayudaba a cruzarlo con su barca.

Tal vez nuestros oídos se hayan endurecido en estos últimos años.

Ya no comprendemos el idioma de los ríos en su discurrir.

Ya no somos capaces de percibir el estruendosa victoria de la luz sobre la oscuridad en cada nuevo amanecer.

No notamos el roce de la savia al circular en el interior de cada tronco, ni tan apenas, la poesía que nos ofrece el viento al peinarse a través de miles de hojas y ramas.

Me gustaría aprender a escuchar, como lo hacía aquel barquero.



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