martes, 16 de noviembre de 2010

Vigilando el Castillo.







.


.

Destapé mi asombro, en tupido bosque de frescor,
tomé sus laderas de miel, latí con fuerza mi corazón,
crucé traviesos riachuelos, recién paridos sin dolor,
su musgo suavizó mi piel, estriada de asfalto y hormigón.
.
Rasgué quietudes de masías dejadas y saciadas de sol,
otrora repletas de tiempo, trabajo y tesón,
alegres familias entre penurias y esfuerzos sin rencor,
felices huertos de vida, ahora, yerbajos sin perdón.
.
Susurraban mis llantas a la senda de tierra y olor,
a umbríos recodos, dejados del hombre y de dios,
a peñas sin nombre, testigos de la creación,
a quebradas profundas, de misterio y horror:
.
-Permite de nuevo el galope, de este mi humilde señor,
que con respeto viene a este tu alejado rincón,
de soledad cubierto y de espinas sin amor,
a dejarte silencio, paz y sudor y aprender completa tu lección,
para llevarla consigo, allá en la plana del mar menor,
y admirar tu salvaje abandono, tu rebelde decisión,
de evitar los mordiscos ordenados de la civilización.-
.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario