martes, 28 de septiembre de 2010

Decías amarme.

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Decías amarme, cual noble caballero,
citado con su dama en la plaza,
mas pronto veo que tu amor se disfraza,
oculto tras rojos labios embusteros.
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Profanas mi oscuro cuerpo sin permiso,
penetra tu fría hoja en mis entrañas,
desgarra mi vida, macabra y extraña,
buscando humanidad, caigo sumiso.
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En coliseo de ¿arte?, tabaco y costumbre,
vomito coágulos de muerte, dolor y pena,
hunden mis astas varadas en la arena,
aplausos de vergüenza teñidos de vino y sangre.
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La única vez que presencié una corrida de toros, padecí en el tercer y último toro de mi vida, un espectáculo de crueldad y sangre en el cual, el desafortunado novillero necesitó más de diez estocadas y la mitad de descabellos para terminar con el sufrimiento del animal.
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Ello me hizo reflexionar acerca de las tradiciones y costumbres de un pueblo. Tal vez debieran ser de vez en cuando, revisadas por el tribunal de la misericordia.
Puede que sea un ignorante al no saber apreciar el supuesto arte que tenía delante de mis narices. No me importa. De lo que sí estoy seguro es de no haber encontrado dentro de la plaza, ni en la arena ni entre las gradas, un ápice de la compasión y la piedad que tanto predican los santos a los que muchos de los presentes se encomiendan horas antes de la "fiesta".

1 comentario:

  1. Me da pena, nauseas y asco, todo a la vez.
    Cada sociedad lapida sin compasión a los más débiles, sean niños, mujeres o animales.
    Pero que nadie crea que no es todo el mismo crimen.

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